Los orígenes del Tour

Los orígenes del Tour


Hoy traemos un artículo Gran Reserva. Un extracto de un artículo publicado, creo que en 1993, sobre los orígenes del Tour de Francia. ¿Por qué sé que es de 1993? Porque esta foto de abajo es de 1992. Chiappucci llevó el jersey de la montaña en 1991 y 1992, pero los jerseys de Induráin en esos años tenían el logo del equipo de distinta manera.

Miguel Induráin y Chiappuci 1992



Esta foto sí es de 1991. ¿Subiendo el Joux Plane?

Y después de este apunte tan friki, vamos al artículo.

Héroes de hierro


A finales de 1902, en un frío mediodía parisiense, dos hombres están conversando en un café del boulevard Montmartre. Sobre el reluciente velador de mármol está extendido un gran mapa de Francia. Sentados ante dos copas de pernaud, Henri Desgrange, director del periódico L'Auto, está escuchando atentamente a Géo Lefévre, redactor jefe de la sección de ciclismo, quien le está explicando una idea que tuvo durante el verano, mientras seguía a algunos ciclistas por el pavés de los Países Bajos.

Apremiado por la pérdida de lectores que está sufriendo, provocada por la competencia del diario Velo, Desgrange, sin apenas pensarlo, asiente y sólo dice un escueto «Adelante». Los camareros que se afanan entre las mesas son los únicos testigos del nacimiento de una nueva y ambiciosa carrera ciclista. Había nacido el Tour de Francia.

Herradura Tour de Francia


Unos meses más tarde, el 19 de enero del año siguiente, L'Auto publica un pequeño anuncio en las páginas de ciclismo, instando a participar en «la carrera ciclista más grande entre París, Toulouse, Burdeos, Nantes y vuelta a París. 20.000 francos de premio». Mientras los primeros ejemplares se distribuyen por toda Francia, Desgrange y Lefévre se miran un poco inquietos, tratando de saber qué acogida darán los lectores a una idea que nadie en otras secciones del periódico toma en serio y que a sus espaldas califican de fantástica.

Pero la fantasía, en estos primeros años del siglo XX, todavía ocupa un lugar en el corazón de los franceses y a las tres de la tarde del primer día del mes de julio de 1903 se concentran en los Campos Elíseos sesenta corredores preparados para recorrer 2.428 kilómetros, divididos en seis etapas, con tres y cuatro días de diferencia entre ellas. Algunos se inscribieron únicamente para una o dos etapas, prerrogativa consentida entonces por la organización y que no ha vuelto a permitirse. Los corredores sabían que estarían solos, que tendrían que pagar sus alojamientos, reparar los pinchazos y buscar su comida, pero todo eso no impo'taba; eran conscientes de que estaban entrando en la historia.

En los últimos días del mes de julio llegan a París veintiún corredores sucios, llenos de rasguños y las huellas del sufrimiento en sus rostros. Además del polvo y las privaciones, cuentan y no paran acerca de los mil y un problemas que han soportado durante la carrera, conmoviendo a toda Francia. Unos cuantos todavía se duelen de las pedradas recibidas en más de un pueblo, confundidos con algún ladrón, tratados en todas partes corno vagabundos.

Maurice Garin, el más afortunado y un gran deportista, que había acumulado una ventaja de dos horas al segundo clasificado, recibe su premio y el recibimiento entusiasta de los aficionados que habían seguido, día a día, la carrera a través de las emocionantes crónicas que Lefévre escribía en los distintos controles y enviaba por telégrafo al periódico. El Tour de Francia era un éxito, el equipo a las órdenes de Lefévre ha salvado todas las dificultades y el interés de los lectores así lo demuestra. La primera batalla contra el periódico rival estaba ganada, pero todos son conscientes de que hay que mejorar. La diferencia entre el número de inscritos previamente y los que consiguieron llegar a París, el amplio margen de tiempo entre una etapa y otra o las facilidades para tomar atajos o utilizar otros medios, como el ferrocarril, para llegar antes, provocan una nueva reunión entre Lefévre y Desgrange.

Sobre la mesa, la necesidad de establecer un reglamento un poco más realista y menos confiado en el hipotético espíritu deportivo de los participantes; unas normas que eviten la picaresca y transformen la carrera en un acontecimiento nacional, por su seriedad y organización.

Algunos hombres de Desgrange se apostan en las estaciones del tren, pero no pueden evitar que algunos corredores, sin muchos problemas, hagan  determinados  trayectos poco vigilados, subidos a uno de los escasos automóviles que se ven por las carreteras francesas. En los cruces, los menos escrupulosos burlan la vigilancia y consiguen llegar antes que nadie a las metas parciales. Desgrange, tras disputarse dos de las seis etapas, envía un tajante mensaje a Lefévre: «Voy para allá», y desde ese momento ....






Artículo original de 1993


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